Mi ciudad no me deja dormir
Vecinos de toda Europa hacen lobby
contra el ruido nocturno en el centro de las ciudades
J. A. AUNIÓN
Sufrir en tu propia casa un ruido que no
te deja dormir puede ser una auténtica tortura. La Organización Mundial de la Salud dice que
causa trastornos “sobre la salud mental y cardiovascular” tanto inmediatos como
a largo plazo y la Justicia europea lo ha calificado como un ataque a los derechos fundamentales. Pero no es solo eso;
es además levantarse para ir al trabajo a la mañana siguiente y encontrar un
paisaje de borrachos rezagados, restos de botellones y suciedad. ¿Reconocen el
cuadro? Es el que describen Esteban Benito, vecino del madrileño barrio de Chueca;
y Luis Paisana, del Bairro Alto de Lisboa; y Jean-François
Révah, del distrito XI de París; y Simonetta Chierici, que vive muy cerca de la
plaza Vittorio en el centro de Turín…
Todos ellos forman parte de las
asociaciones vecinales de 45 ciudades europeas (la mayoría de Francia e Italia)
que se han unido contra un “ocio nocturno salvaje y desregulado”. Aseguran que
el problema ha crecido desde que hace una década se aprobaron las
leyes antitabaco, aunque tienen mucho cuidado de no culpar de ello a
la norma, sino a la desidia de las administraciones para impedir las molestias
que causan las personas que, beodas, fuman en la puerta del local. “Sería
perverso deslegitimar acciones que protegen la salud de la gente”, asegura el
parisino Jean-François Révah, uno de los principales promotores de la iniciativa
vecinal que está estudiando convertirse en lobby ante la Comisión
Europea para impulsar regulaciones que les protejan, como
medidas más estrictas de control y sanción a personas y locales generadores
de ruido, limitación de la expansión de las terrazas o el apoyo a comercios
tradicionales que se están viendo expulsados de los centros urbanos.
No lo tienen fácil. Y no solo porque se
trata un movimiento horizontal con pocos recursos que ha de buscar una voz
común y que tiene enfrente la fortaleza económica de los locales de ocio
nocturno. Sino además porque otros vecinos dan una visión mucho más amable de
esos mismos barrios y, de hecho, defienden esa vida nocturna como un gran valor
y les acusan de ser poco menos que reaccionarios aguafiestas. "Obviamente,
me gusta que mi barrio esté limpio y poder disfrutar de tranquilidad, pero
entiendo que vivo en una zona donde convive la cultura, el ocio nocturno y la
habitabilidad. Creo que hay que ser tolerante con cierta intensidad de ruido
así como otras incomodidades que tiene vivir en un centro urbano activo”, dice
Luna Martín, publicista de 36 años y vecina también de Chueca.
Se trata, pues, de otro caso de colisión
de intereses y de usos de las ciudades, sobre la que las administraciones
arbitran con pies de plomo entre razones a veces objetivas (los límites de
ruido admisibles que ha de fijar cada país según la normativa
europea) y, muchas más, subjetivas, pues cada uno tiene el umbral de tolerancia
colocado en un sitio.
Pero el problema no es solo ruido.
“Realmente creo que es solo un síntoma de un modelo económico que apuesta por
una industria que da beneficio a corto plazo, pero que no durará y transformará
Lisboa para siempre”, dice Luis Paisana, del Bairro Alto. Es decir, habla de la
famosa gentrificación de unos barrios cada vez
más enfocados al monocultivo del ocio. “En tiempos de austeridad, muchas
ciudades están tratando de promocionarse como destinos de turismo y vida
nocturna, lo que está haciendo más difícil el día a día de los residentes de
los centros [con precios inasumibles, sin espacios para hacer la compra],
especialmente en ciudades populares como Barcelona, Praga, París, Londres,
etcétera”, señala el geógrafo de la Universidad de Leeds Paul Chatterton.
“Yo tengo derecho a vivir aquí, es una
zona residencial. Y a que se respeten mi intimidad y mi bienestar”, insiste
Esteban Benito. Su casa está muy cerca de la plaza que da nombre al barrio de Chueca,
un vecindario conocido en todo el mundo por su vida nocturna y por acoger una
vez al año una de las celebraciones del orgullo gay más
conocidas.
Fue tras una de estas semanas de fiesta,
en 2007, cuando Esteban se puso a buscar en Internet para unirse a alguna
asociación de vecinos en la zona. Muchos otros, aseguran, hicieron lo mismo
aquel año. “Fue realmente una pasada. La gente viene y cree que todo vale, que
no hay reglas, que puede hacer cualquier cosa en la calle: gritar, dormir,
orinar, follar… No soy ningún mojigato, pero hay personas que vivimos aquí…”,
asegura.
Los vecinos europeos se quejan de que
demasiadas veces se hace la vista gorda en sus ciudades a cuenta de la ley
antitabaco, de las fiestas especiales, de la promoción del turismo… Y aseguran,
además, que el sector “incapaz de autorregularse” y “el diálogo es imposible
con los locales que causan problemas”, según el manifiesto de las asociaciones
reunidas el pasado mayo en París bajo el nombre Réseau Européen
"Vivre la Ville!" (red europea Vivir la ciudad).
“Nosotros promocionamos un sello de
calidad acústica e impulsamos campañas de sensibilización. Ahora tenemos una
titulada ‘Máximun fun, minimun disturbance!’ [máxima diversión, mínima
molestia]”, sale al paso Joaquim Boadas, secretario general de la International Nightlife Association, que reúne
a empresas de ocio nocturno de todo el mundo, y de su versión nacional, Spain
Nightlife. “Firmamos hace años con la Asociación Catalana contra Contaminación
Acústica (ACCCA) un
protocolo para facilitar acuerdos extrajudiciales entre vecinos y locales con
la mediación de Ayuntamientos y técnicos en acústica”, añade.
Sin embargo, Luis Gallardo, de la ACCCA,
explica que el impacto de ese protocolo ha sido mínimo (seis o siete acuerdos y
otros tantos Ayuntamientos catalanes adheridos en casi 10 años), más allá de
servir como base para unas “relaciones cordiales” entre patronal y residentes.
Una función parecida de foro de encuentro la hace en Madrid la Mesa del Ocio,
explica José Amador Fernández Viejo, subdirector de Calidad y Evaluación
Ambiental del Ayuntamiento. Añade que la capital, como es obligación de todas
las ciudades europeas por una Directiva de 2002, ha hecho unos mapas de
ruido y ha establecido planes allí donde se superan los niveles admisibles —en Aurrerá (Moncloa) y
en distintas zonas del distrito Centro,
incluido Chueca—, con restricciones de horario, a la apertura de nuevos locales
o a la distancia entre unos y otros. Pero, a juzgar por las quejas, los
problemas están lejos de mitigarse.
En general, los expertos hablan de la
necesidad de compatibilizar usos, de convivir, pues si un vecindario sin
vecinos sería un parque temático que perdería casi todo su atractivo; sin ocio,
también el nocturno, sería un espacio “esterilizado, muerto”, asegura el
geógrafo de la Universidad de Grenoble-Alpes Luc
Gwiazdzinski. “La noche se ha convertido en un espacio esencial e
irrenunciable para hacer sociedad”, añade. Tanto él como Chatterton y la
profesora de Urbanismo de la Universidad de Westminster Marion Roberts insisten en la
necesidad de equilibrio entre los usos de la ciudad (residencial, de trabajo,
de esparcimiento…), de echarle imaginación y de mucho diálogo entre los actores
a la hora de regular.
El problema, como siempre, es que la
lucha suele ser desigual y el resultado no siempre es justo. Por ello, las
asociaciones de vecinos se empiezan a organizar (por ejemplo en forma de lobby
europeo) para estar preparados en un debate que será —que es— tan encendido
como enconado. Lluis Gallardo recuerda que fue la patronal la que influyó
especialmente en la eliminación en 2009 de la norma catalana que
responsabilizaba a los locales del ruido que hacían las personas en el exterior
de sus establecimientos.